jueves, 21 de junio de 2012

Memorias, alforjas y legados


Raúl Rivero  
1 April 2012
El Nuevo Herald
Este domingo, después del vertiginoso viaje del Papa Benedicto XVI a Cuba, las Damas de Blanco vuelven a las iglesias con la misma fe que les animó en la Primavera Negra del 2003. Llevan también el recuerdo cercano de estancias en calabozos, encierros persecuciones y arrestos, y una dimensión, un reconocimiento de trazos universales que les dejó la visita de Su Santidad mediante el milagro de la experiencia de la presencia por omisión.
El viajero no halló una línea despejada en su agenda caribeña para entrevistarse con las mujeres cubanas que representan a los familiares de los presos políticos y se han convertido, desde hace casi una década, en un símbolo de la lucha pacífica por la libertad. Ellas le habían pedido un minuto para un contacto humano, terrenal, inferior a la música sagrada de las plegarias. Y esa petición recorrió el mundo en los medios de prensa y en las redes sociales.
No pudo ser, pero el mensaje lanzado desde la humildad, el respeto y el afán de mostrar al visitante una faceta de la vida del ciudadano de la calle que trata de escamotear la propaganda del régimen, puso a las Damas de Blanco y, en general, a los activistas de la oposición en un punto importante de las alternativas del programa que delineó la experimentada diplomacia del Vaticano junto a los mejores especialistas de sus anfitriones.
En la travesía del Papa los diseñadores criollos previeron un apartado para los opositores, la disidencia, el periodismo independiente, los blogueros, la pequeña colonia del twitter y los jóvenes artistas rebeldes.
En algún punto estaba escrito que para ellos, católicos, no creyentes o devotos de otras confesiones, estaba preparado un aparato represivo que los dejaría sin asientos en las misas, sin probabilidades de acercarse al Papa ni a ninguno de los miembros de su ilustre comitiva.
El plan para alejar a los demócratas de las misas en Santiago de Cuba y en La Habana incluía estadías en celdas, retenciones en las viviendas, intimidaciones y apagón general de los teléfonos privados para dejarlos distantes y sin voz.
Esas ausencias y ese silencio impuesto denunciaron el interés de los gobernantes por anular a los grupos opositores y sacarlos del escenario. Al mismo tiempo, reafirmaron a los observadores que el ninguneo verbal de la dictadura contra la oposición no va más allá de los panfletos porque hay un temor innegable por su mensaje de cambios , de modernización de la sociedad y por la llegada de un ciclo en el que la libertad no sea nada más que un recurso retórico de los oradores.
Hay que quedarse con la convicción de Berta Soler de que Benedicto XVI “se olvidó de reunirse con su rebaño, los marginados, los perseguidos, los oprimidos, sabemos que el Papa no es un libertador, que Cuba necesita la libertad y la libertad depende del pueblo de Cuba”.

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